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Don Paolo

6 May

Geremia De Geremei es feo. Muy feo. Anda para todos lados con una bolsita en la mano; a veces, usa un pañuelo napoleónico que le cubre la frente. Es el viejo que pelea por el asiento en el colectivo, el que se sirve unas cuantas uvas en la frutería mientras atienden a otros. Además de eso, es usurero. Presta plata, y ésa es su forma de hacer que la gente lo necesite, lo tenga que tratar como si fuera gracioso, inteligente, alto, rubio y de ojos celestes. Pero él es feísimo, y si puso plata para que alguien tenga un casamiento digno, bueno, tal vez el día de la boda le pida un favor a la novia.

Lo de Titta Di Girolamo es más simple: rutina. Pasar desapercibido. Esperar en un cuarto de hotel todas las tardes, por años, a que busquen un maletín. Todos los días el mismo café, el mismo traje, los mismos anteojos. Hasta que se enamora. Hasta que su secreto le pesa demasiado.

Y quién no conoce a Giulio Andreotti (el único personaje real de los tres), senador vitalicio, Ministro del Interior de Italia (1959), Ministro de Defensa (1959-1966), Presidente del Consejo de Ministros (1972-1992), Ministro de Relaciones Exteriores (1983-1989). Sobrevivió a la desaparición de la Democracia Cristiana, al asesinato de Aldo Moro, a la Cosa Nostra; en los tres casos estuvo pegado: sobrevivió. Sobrevive. 92 años. Al lado de él, Cafiero es menos que Cristian U.

Los tres tienen algo en común: Paolo Sorrentino. Este napolitano nacido en 1970, actor de reparto en Il Caimano de Nani Moretti, con sólo tres películas, es hoy uno de los cineastas más importantes  de Italia. Aunque pueda tener influencias del neorrealismo (pocas) o de Fellini (muchas) e incluso de Moretti, está muy lejos de hacer cine para nostálgicos. Filma con calidad y presupuesto de superproducción hollywoodense; después, en edición y montaje, la película gana velocidad (sobre todo en Il Divo) sin perder elegancia, buscando el momento justo para meter una línea de diálogo que explota como una granada de grotesco o crueldad en medio de una trama que no para.

Más o menos así  son Las consecuencias del amor (2004), El amigo de la familia (2006) y El divo (2008).

Ahora Sorrentino está terminando o terminó (se anuncia para 2012) “This must be the place” con Sean Penn y Francis McNormand, coproducción italiana, francesa e inglesa. Arranca en Dublín, donde Penn –un ex rockstar- vive junto a su novia y se entera de que murió su padre en Nueva York, con quien no habla desde hace años. Entonces ahí empieza a conocer la historia de la muerte de su padre, que involucra a un nazi asesino y, por supuesto, sale a buscarlo (con un cazador de nazis, al estilo Inglorious Basterds).

No sabemos qué puede salir de todo esto, pero le tenemos fe a Paolo Sorrentino porque él le tiene fe a sus personajes, los construye con una obsesión rabiosa, y todavía cree en las buenas historias. Cuenta que a uno de ellos –Titta- lo descubrió en Brasil, en un hotel 5 estrellas que tenía mucha madera, que parecía el Tirol, pero afuera hacían 40 grados. Sacó la idea para el personaje de su película viendo todas las tardes, en el bar de ese hotel, a un hombre de unos cincuenta años, con barba, tomando una cerveza. Un hombre de negocios que iba siempre a la misma hora. Dice Sorrentino: “La Mafia es muy disciplinada. Suiza es muy disciplinada. Un hotel es muy disciplinado. Titta Di Girolamo vive dentro de la jaula que estos tres entornos forman. No puede hacer otra cosa más que ser disciplinado. En situaciones como ésta siempre aparece el rey del desorden: el amor”.