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Los isleros

1 Ago

Jeff Nichols hace algo más que seguir la vieja máxima que dice pinta tu aldea y pintarás el mundo, aunque de ahí parte. Sus películas retratan con honestidad y sin ironía (a diferencia de los Coen, por ejemplo) la vida en los pueblos rurales del estado sureño en el que nació, Arkansas. Las tramas están atadas a ese paisaje, no podría transcurrir en otro lado ni sus personajes ser de otra parte, pero Nichols se las ingenia para nunca caer en el costumbrismo o el lugar común. En Shotgun Stories se desataba una guerra entre hermanastros comandada por Michael Shannon (su actor fetiche), quien en Take Shelter vuelve a ponerse bajo las órdenes del director y alucina el apocalipsis. Mud trabaja con los mismos elementos de siempre, como si transcurriera en un época sin celulares ni ipads (o sea: Arkansas), pero a las armas, el aburrimiento pueblerino, los sembrados y la familia redneck le agrega el Mississipi.

 

El mismo Nichols dijo que Mud estaba inspirada en Mark Twain, así que hay dos amigos inseparables de catorce años que, en esa geografía acuática y salvaje, tienen la aventura de sus vidas cuando conocen a un tipo misterioso que dice ser propietario de pocas cosas pero, en el contexto de la isla en la que sobrevive, valen mucho: un barco, una 44, una camisa de tela liviana, un amor al que espera. Es definitivamente una de las mejores actuaciones de Matthew McConaughey, que para levantar su carrera hace rato decidió dar un viraje hacia el sur profundo, y la rompió en todo lo que hizo, desde The Paper Boy y Killer Joe hasta un papel menor en Magic Mike que no tiene desperdicio. Le sale muy bien el acento y la picardía, el delirio místico y la estafa, el aspecto desaliñado. Además no anda con vueltas a la hora de hacer sacrificios que beneficien al personaje. Se sabe que siguiendo una dieta extrema perdió 25 kilos para interpretar a un enfermo de Sida en Dallas Buyers Club, a estrenarse en diciembre de este año. En Mud está sucio y hambriento, tiene las paletas delanteras rotas, y por momentos es como el buen salvaje pero con un pasado turbio y sin amigos. Ahí es donde entran a jugar los chicos. Ellis –Tye Sheridan, que actuó en Tree of Life de Malick (otro director que siempre vuelve al mismo lugar: Texas)- y Neckbone. Habrá un intercambio interesado entre ellos y también, siguiendo la línea del relato de iniciación y aventuras, un aprendizaje. Y, por supuesto, una chica, Reese Witherspoon, que maneja bárbaro el hillbilly porque es su lengua materna.

La película es entretenida, tiene momentos de ternura y enseñanza a la “Stand by Me” y acción de la que uno espera: tiros y piñas. El punto de vista del chico funciona bien, está otra vez Michael Shannon, aunque no se destaca mucho, la periodista de la segunda temporada de American Horror Story, Sara Paulson (tampoco) y Sam Shepard. El río barroso por el que seguramente el personaje esté bautizado así los une y los espanta, viven en casas flotantes y sacan lo que pueden del agua para vender. La elección de este escenario hace todo más interesante. Otro acierto, compartido por el resto de su filmografía, es que Jeff Nichols no se ensaña con sus criaturas. Las somete a las condiciones durísimas de los pueblos fantasmas, campos y pantanos -sitios que él debe haber conocido bien de chico-, pero no piensa que el destino natural de ellos sea atravesar un serie de peripecias propias de los brutos (de nuevo los Coen) para terminar de la peor manera, la manera esperable. Si bien está claro desde que arrancan que están destinados al fracaso, podría decirse que al final del camino, sin recurrir a golpes bajos ni giros sensibleros, hay una especie de redención porque ya la pasaron bastante mal durante el viaje.

Temporada de caza

26 Jul

ciervo

Mientras los engranajes de la industria cultural siguen empecinados en exprimir los restos a esta altura algo resecos de Bolaño, la prosa chilena contemporánea viene desmarcándose de su legado sin demasiada historia, como ocurre con un tío que admirábamos de chicos y ahora recordamos con cariño. Nada nuevo. Al mascarón de proa Zambra siguieron muchos otros autores que el lector argentino atento pudo y puede conseguir en librerías, aunque a veces no resulte tan fácil ni barato (a “Caracteres blancos”, de Carlos Labbé, lo vendían con un amable descuento en la feria del libro del año pasado). Críticos, reseñistas y lectores chilenos, o lectores argentinos más atentos que nosotros a la producción del país vecino, podrán trazar un nuevo mapa de influencias y enfrentamientos, de estilos contrapuestos y afinidades entre la camada de escritores del panorama actual. Acá apenas diremos que no hay que estar muy afilado para ubicar juntos, o al menos como parientes cercanos, a Marcelo de Lillo con el autor al que está dedicado este post, Juan Pablo Roncone, y su libro de cuentos “Hermano ciervo” (Fiordo, 2012).

En su adn comparten la preferencia por la frase corta, el realismo descarnado, las escenas de crueldad familiar, el derrumbe, los personajes parcos y sufridos. Incluso en los títulos hay una inclinación hacia lo carveriano (sin duda hay ecos del “Gente que baila sola” de de Lillo en “Hombres que caminan solos junto al mar”). Pero Roncone le imprime otra velocidad a sus historias y ofrece recortes apurados de escenas o impresiones en muy poco espacio, hasta alcanzar la brevedad máxima en párrafos de una sola línea. Es tentador caer en el lugar común de la diferencia generacional entre él y de Lillo, y pensar en el uso de las redes sociales (Roncone nació en 1982, mientras que su compatriota es del 57), pero sin embargo el método también recuerda a la escritura de un diario. Se nota sobre todo en uno de los mejores cuentos del libro, “Gansos”, que transcurre en una isla cercana a la comuna chilena de Calbuco, a la que el narrador viaja a reencontrarse con su padre enfermo. Lo mismo puede decirse de “Muerte del canguro”, donde hay otro viaje, esta vez en la ruta y con destino a un bosque en el sur: “La verdad es que toda la semana me he masturbado pensando en la escena del baño”. Son los típicos fragmentos que no necesariamente hacen avanzar la narración pero la cargan de sentido y van dándole fuerza.

Así funcionan los relatos de “Hermano Ciervo”, mediante frases precisas que intercalan acciones y descripciones en párrafos nunca muy extensos, un procedimiento conocido por el que se gana potencia al decir lo justo. Y hay una materialidad que salpica casi todas las narraciones y les da unidad: cadáveres y armas. En qué se convierte un cuerpo cuando pierde la vida (sea un niño o un canguro), cómo modifica a los que lo sobreviven, qué hace que alguien decida matar. Quizás para lograr esta unidad de sentido el autor incluyó “Cazador de patos”, que parece un puñado de anotaciones e ideas que serán desarrolladas en un futuro relato o cuento. Si quedaba afuera el resultado hubiera sido el mismo, un libro lleno de culpa, animales y muerte.

Sólo dios sabe

25 Jul

Tras el batacazo de Drive, película que proponía una historia violenta con gran despliegue visual, un guión ajustado y Ryan Gosling, su director, el danés Nicolas Winding Refn, sigue en la misma línea estética, y con el mismo actor fetiche, en una nueva que se llama Only God Forgives y que, si bien no es estrictamente secuela de la anterior, no sería raro que formara parte de una trilogía temática en distintas partes del mundo, porque para ésta fueron a filmar a la capital de Tailandia, Bangkok.

Después de verla tenemos la sensación de que entre una y otra pasó algo en el medio. Refn se engolosinó con algunos aspectos de su narrativa (al menos, a diferencia de muchos otros, tiene un plan detrás de lo que hace, y por eso es una de las películas que hay que ver este año), subió la apuesta  corriendo el riesgo de que, como posiblemente ocurra, en la comparación con Drive, Only God Forgives siempre pierda. Salvo que haya apuntado a quedarse con un puñado de incondicionales (Ryan Gosling dijo que la película es como una droga, puede pegarte bien o mal). Yo también sospecho de una mano no tan negra (aparece en los créditos), pero no nos adelantemos.

Only God Forgives es un thriller con un montón de elementos del cine que nos gusta ver: el deadpan de los yacuzas de Kitano, una venganza que no se para con nada igual a las de Chan Woo Park, la fotografía del Won Kar Wai de 2046, musicales entre bolas chinas rojas como haría el mejor Lynch, muchas sangre y mucha violencia coreografiada al estilo Kill Bill, mujeres hermosas. Uno piensa que con todos estos ingredientes juntos una película no puede fallar, excepto que estén mal dosificados o al servicio de una historia floja. No pareciera ser del todo ni un caso ni el otro.

Julian (Ryan Gosling en el personaje que hace de memoria, el de Drive y The Place Beyond the Pines) tiene un gimnasio donde enseña muay thai y además, junto con su hermano, o porque su hermano está en ésa, es traficante de drogas. A su hermano lo mata un policía retirado que también es un pésimo cantante y un samurái con katana. Crystal, la madre de Julian (Kristin Scott Thomas, la del paciente inglés, una actriz bellísima que no tuvo toda la suerte que se merece), viaja con varios objetivos: buscar el cuerpo de su hijo mayor, resolver el asunto de la venganza y de paso cuidar el negocio familiar de venta de heroína y cocaína. Es una mujer joven, ambiciosa, y todo indica que mantenía una relación incestuosa con su hijo muerto. El encuentro con Julian es áspero y retorcido pese a que, como en Drive, hay muy pocos diálogos.

El resto es un regodeo estético con edición enrarecida, bailarinas y fisicoculturistas, cabarets de salones espejados y mucho neón, planos impecables y canciones en tailandés casi como separadores. En algún momento empieza a dar la impresión de que no sólo las peleas están coreografiadas al milímetro, sino todo lo demás: la forma en la que hablan los actores, cómo caminan y se visten, cómo miran y hasta cómo se alejan. Parecen los ciborgs de la parte futurista de 2046, pero esta historia no transcurre en el futuro. En Drive (las comparaciones son inevitables) el vengador que hacía Gosling tenía un costado humano, se enamoraba de la joven Carey Mulligan, y los mafiosos, desde el genial Albert Brooks hasta el siempre carismático Bryan Cranston, en cada aparición mejoraban la película, algo que no pasa en Only God Forgives, donde se nota mucho más que ni los actores ni la historia son demasiado importantes. Refn busca, y en la mayoría de los casos encuentra, encuadres perfectos, recargados de colores y texturas en los que se desarrolla la acción de una manera un tanto mecánica, como cuando la belleza helada de Scott Thomas despotrica contra su hijo menor, que acaba de presentarle a la novia, una prostituta tailandesa tan inexpresiva y contenida como el resto del elenco. Las peleas, afuera y adentro de la familia, los cruces entre personajes, se resuelven en escenas pensadas al detalle, con una frialdad que por momentos roza lo absurdo, como si lo que importara en realidad fuera la idea –el plan de Refn o del dios del título- que las empuja. “Es hora de conocer al diablo”, le dice en un momento el hermano mayor a Julian. Algo así, ya lo adelantábamos antes, puede haberle ocurrido al director entre una película y otra, lo que explicaría las oscuridades, abusos y excesos de esta última. Difícil escaparle a esa influencia. No por nada la dedicatoria del final: “para Alejandro Jodorowsky”.

Auto fantástico

11 Nov

Muchas veces el cine se dedicó a esa forma violenta, más o menos clandestina y organizada de hacer negocios que conocemos como mafia. Drive, una de las últimas películas de Ryan Gosling -star del momento que fue metamofoseándose a pedido de la industria en un Vin Diesel sensible y carismático-, toca de costado el género sacándole provecho: cuando nos enteramos, junto con el protagonista, de que detrás de un préstamo está metida la pesada de la Costa Este, sabemos que  las cosas van a terminar mal. Pero el director no hizo otra de mafias y asesinos a sueldo. Creó un gran personaje, climas densos y macabros con la ayuda de nada menos que Angelo Badalamenti y, en el medio, una historia de amor casi sin palabras, un cruce sutil de soledades y miraditas en el supermercado.

Gosling transmite ternura, pero desde hace tiempo también porta músculos. Combinando su nueva faceta con aquella de chico loser de película indie (Lars and the Real Girl) logra quizás una de sus mejores actuaciones hasta el momento. Es un conductor parco, profesional e imprevisible, aunque no por eso menos protector y cariñoso. Maneja lo que le den y para lo que sea. Puede ser chofer de dos desconocidos vestidos de negro o doble de riesgo. No tiene pasado ni amigos ni nombre. Bryan Cranston, el dueño del taller, lo usa para todo tipo de trabajos, siempre sacando su tajada y aprovechándose de que él no se queja. Es lo más parecido a un padre que tiene.

A Nicolas Winding Refn, el director de esta película, más que el crimen organizado y los autos le interesa otra cosa: convertir la violencia en un objeto estético, al mejor estilo La Naranja Mecánica. Ya lo había demostrado en Bronson (que a su vez parece una remake desmesurada de Chopper, lo mejor de Eric Bana en toda su carrera). En Drive, el conductor apuñala a un capo mafia: lo único que vemos son sus sombras luchando. Otra muerte es en el mar, de noche, con un Gosling irreconocible. De a ratos parece una parodia de Brian de Palma o de cierto cine clase B (esos créditos), como si se tratara de un Meteoro vengador.

Los aciertos de guión y dirección son varios. No hay exceso de persecuciones motorizadas ni fetichismo con los autos. La trama, como el conductor cuando tiene patrulleros acechándolo, no se apura en ningún momento y gana tensión de a poco a partir de un recurso infalible a la hora de contar: una historia simple que se complica. Ron Perlman, un gigante del cine -literalmente- , con su inconfundible cara de rasgos simiescos, no hace uno de los papeles a los que nos tiene acotumbrados (Hellboy). La charla entre Gosling y el otro mafioso en el restaurante, con el hombre ya bastante cabreado (Albert Brooks, el infaltable italoamericano), no tiene desperdicio: «Cualquier sueño que tengas, planes o esperanzas para el futuro, vas a tener que suspenderlos. Te digo esto porque quiero que sepas la verdad». A esa altura, Drive es un thriller en el que todos miran en el espejo retrovisor de su paranoia porque alguien viene a cobrar la deuda, rápido y muy furioso.

Irse por las ramas

28 Sep

En Adaptation, la película de Spike Jonze que acá se conoció como El ladrón de orquídeas, un guionista (Nicolas Cage) que sufre bloqueo, grabador en mano, empieza a tirar ideas para un futuro proyecto, de manera caótica y sin pausa. Arranca con la extinción de los dinosaurios y sigue enredándose, transpirado, en un brainstorming que no lo lleva a ningún lado. En cambio su hermano, siguiendo las enseñanzas del gurú hollywoodense Robert McKee, combina dos o tres elementos y lograr un thriller ajustado, previsible, ganchero. Uno anda por la casa estupidizado de tanta felicidad, el otro se masturba frente a la computadora.

Ya se habló muchísimo de la última de Terrence Malick, Tree of  Life. La noticia de hoy era que en Estados Unidos, si el espectador no tolera los primeros treinta minutos, se le devuelve el dinero. En esa primera media hora, Malick es el hermano interpetado por Cage que parodia al principiante que no sabe que a la hora de escribir, muchas veces menos es más. Puso en imágenes todo lo que le vino a la cabeza al momento de pensar la película, sin reprimirse ni guardarse nada. Llamó a un especialista en efectos especiales a la antigua, que había trabajado con Kubrick en 2001 Odisea del espacio, para darle forma a la Creación. Lo que se ve es fuego, líquidos en movimiento, algo que podrían ser las primeras criaturas que dejaron el agua para poblar la tierra. Esta parte no tiene nada de hipnótico (como se dijo por ahí) ni tampoco otras escenas que parecen sacadas de documentales (aunque es cierto que pueden ser disfrutables). Y nada suma que en el final veamos cómo es la vida adulta del más grande de los hermanos, donde aparece Sean Penn. Ni él ni Brad Pitt resultan imprescindibles para la trama, aunque Pitt siempre cumple. Son los chicos y la madre  (Jessica Chastain: una belleza helada) los encargados, con ayuda de un vestuario impecable y una musicalización minuciosa, de generar un clima de terror doméstico pocas veces visto.

Después sí, hay una familia en Waco, Texas, con un conflicto definido pero también ambiguo, intrigante, que toma desvíos. De más está decir que Malick jamás va a ser el segundo de los hermanos guionistas. Es uno de esos pocos directores que uno reconoce enseguida. Los saltos en la edición, los travellings, las imágenes apabullantes, la fotografía perfecta. Con muy poco de diálogo, con algunas frases susurradas y un punto de vista cambiante (aunque la mayor parte de la película se la lleva el hijo mayor) hace funcionar una historia que no tiene nada de novedoso salvo (y esto quizás sea todo) la forma en que está contada. Sólo por eso vale la pena verla.

El chirolita de Mel

27 Sep

Imaginen esta escena: un guionista entrega su manuscrito a la prestigiosa y reconocida Jodie Foster, y a ella le encanta. Entonces reúne a los productores, convoca a un actor taquillero y del mismo prestigio que ella, compromete a un estudio. Imaginen ahora la cara de todo el mundo, ya en el set, después de haber leído el guión, aguantándose la risa o el espanto, porque Mel Gibson interpretará a Mr. Black, un señor que sale de una depresión gracias a que encuentra un muñeco de peluche en la basura (para más detalles, un castor) y, a partir de ahí, como si fuera un ventrílocuo trucho o un aprendiz de, lo hace hablar. Lo convierte en su alter ego, uno seguro de sí mismo, que le da consejos de vida y se transforma en el mejor terapeuta que puede tener.  Con su ayuda vuelve a ser un excelente empresario y padre de familia. Y ahora adonde va lleva a su no tan simpático castorcito, que habla por él y juega con su hijo, que acaba cuando él acaba y hasta (escena memorable) le da un beso en la boca a la mujer, que es, claro, Jodie Foster (¿no envejece?).

El castor (o sea, Gibson parloteando como si se tratara de otra persona) se expresa en un lenguaje confuso: inglés australiano cruzado con balbuceo de borracho, digamos. Cada tanto tira un “mate”, y listo. Leí por ahí que la historia secundaria (la del hijo que lo odia y quiere viajar) es más fuerte que la principal, cosa con la que es difícil estar de acuerdo. Ningún personaje levanta mucho: sencillamente no pueden competir contra un tipo que se baña con el castor en la mano (tratemos de no caer en el chiste fácil), que lo lava y lo viste. 

Hace poco también leí que el actor asutraliano dijo algo increíble sobre prepucios y párpados. Creo que me cae mejor el animalito interior de Mel, ése que alimenta con algunos tragos y no puede ser parte de ningún programa de autoayuda (dice que sus dichos anitsemitas fueron producto del alcohol, a quién no se le escapa alguna pavada en pedo). Hay que decir, por si alguno se anima a mirarla, que el canto a la vida tiene un giro no sé si inesperado pero aliviador, después de tanta tomada de pelo (que en una comedia aguantaría los primeros diez minutos, como mucho, y acá va en serio). La película en cuestión fue directo al DVD, y te deja pensando si nadie se dio cuenta, si de verdad hubo buenas intenciones o si creen que el público está ahí para que lo traten de boludo.

Louie

6 Sep

Ricky Gervais dijo que es el comediante de stand-up vivo más gracioso de América, lo que equivale a decir del mundo.

Empezó como guionista de Chris Rock y Conan O`Brien, dirigió películas y cortos, trabajó en la tele, todo porque desde chico pensó en meterse adentro de la caja boba y cambiar la programación horrible que había para recompensar a su mamá, que era madre soltera y trabajaba todo el día. La pregunta, ahora que parecería estar de moda eso del micrófono y el escenario de una sola silla,  es ¿por qué Louis CK la pegó tanto que Ricky Gervais se hizo su mejor amigo y ayudó con una frase a que vendiera todas las entradas de su gira por UK?

Su programa “Louie” -que transmite la Fox- puede parecer un homenaje a Seinfeld, de quien fue telonero, aunque enseguida saltan las diferencias. Louis CK es más desprolijo, decididamente autobiográfico y, si lo de Larry David y Jerry Seinfeld era de interiores y sobre la «nada» misma, «Louie» tiene muchos exteriores -una Nueva York con todo su encanto y su sordidez-, y un asunto o conflicto bien marcado por episodio.

Encontró una manera novedosa y brutal de hacer ese humor de lo cotidiano (everyday humor): reírse del caos, de la cantidad de cosas absurdas que pasan todo el tiempo alrededor nuestro. Ejemplos sobran: la escena del homeless que corre hacia él y, como se las ingenia para esquivarlo, termina atropellado por el colectivo; la vecina de más de setenta años que entreabre la puerta de su casa  y asoma apenas la cabeza amenazándolo: “Estoy desnuda. No tengo ropa puesta”; los caprichos de sus hijas, que cada tanto lo hacen sentir miserable comparándolo con la madre.

En los shows en vivo sabe meter el humor negro y lo políticamente incorrecto cuando el público no lo espera (“Es mentira que cogería con un chico, lo digo para que ustedes se pongan así”). En sus chistes hay: pedos, diarrea, semen, decadencia corporal, agujeros, penes arrugados. Es muy recomendable «Hilarious», una presentación en vivo en la que, entre otras cosas, narra las vacaciones en Italia con sus hijas, y cuenta desde una invasión de ponys que muerden hasta el día que una de ellas hace sus necesidades literalmente en el piso.

Arrancó “Louie” con un presupuesto de 200.000 dólares. Escribe, dirige y edita él mismo. Los episodios van creciendo en intensidad con diálogos y escenas muy distintas a las que acostumbran a verse en el género (Curb Your Enthusiasm). Son como relatos neoyorquinos de un humor amargo, con algún que otro asomo de ternura, como cuando van a Pennsylvania a visitar a una tía de 96 años o cuando él le regala un patito a una chica afgana. Ahora que es mundialmente famoso, puede darse lujos: capítulos divididos en dos partes, sin ninguna relación entre sí, con escenas gratuitas en el buen sentido (en particular “Subway”). Joan Rivers de invitada. Pasa un tema musical completo, sin cortes. Además está Pamela Adlon, que es asistente de producción y hace de ella misma. En un episodio brillante de la segunda temporada, Louie se la intenta levantar con una declaración de amor sincera, y todo el tiempo pensamos que es un chiste pero no, es en serio, está enamorado de una mina copada y linda que lo rechaza de una manera encantadora, entonces lo vemos sufrir y gritar en la calle, y no podemos menos que creerle.

Hay un montón de videos en Internet, fáciles de encontrar, por eso preferimos subir éste en el que HBO reunió a Ricky Gervais, Jerry Seinfeld, Chris Rock y Louis CK alrededor de una mesa para hablar sobre eso que hacen.

El vacío

29 Ago

Si pensáramos linealmente el guión de Irreversible, película escándalo de Cannes en su momento, ¿qué quedaría? Una pareja que, al principio, está bien. Cogen. Ella queda embarazada. No lo dice. Después, hay peleas. Después, violación y muerte. Después, él le rompe la cara a alguien con un matafuegos. ¿Y el punto de giro? ¿Y el clímax donde se tensiona al máximo el conflicto? Es cierto que había una apuesta formal fuerte (cámara flotante, sonido que agregaba truculencia a la acción, violencia explícita y narración fragmentada), pero hay quienes dijeron que este chico, Gaspar Noé, argentino radicado en Francia, era un invento, un buscador de polémicas profesional. En su última película, Enter The Void, les dio la razón (sus fanáticos dirán que no, supongo).

Recomendable para ver con algo de tetrahidrocannabinol (aunque, si no se refuerza, el efecto se va antes de la mitad: dura 160 minutos), Enter The Void fue declarada la peor película jamás proyectada en Cannes. Ahora sí que no hay nada más que maquetas y diseños digitales de una Tokio nocturna y neones por todos lados y la cámara omnisciente y el color saturado y el sonido ídem. Porque la trama es infantil, arbitraria, sobre todo previsible. Y eso que hasta la hora y media (siempre con ayuda: TCH) hay esperanzas: uno piensa que quizá pinta el policial. Mejor todavía, el policial con amagues de terror. Entonces, queremos reconstruir mentalmente la trama. Ver posibles conspiraciones, vueltas de tuerca, algo. Como en Irreversible, una historia contada de atrás para adelante. Pero, en la mitad, la narración se ordena.

Y lo que sigue es malísimo. Mezcla de Ghost con Lost in Translation, aunque el personaje de Scarlett Johansson es una luz al lado de la hermana del protagonista (al que nunca se le ve la cara, porque Noé usa y abusa de la subjetiva al estilo Dark Passage, aunque no sea en absoluto una necesidad de guión sino un capricho del director). Si la segunda mitad no se sostiene es, entre muchas cosas, porque la historia se centra ahora en una chica que grita, llora, putea, histeriquea y grita otra vez.

En definitiva: una muy buena secuencia de títulos seguida por una película insoportable.

Quebrando mal

10 Ago

Heisenberg tiene unos pantalones blancos nuevísimos y zapatillas tenis rojas recién estrenadas. Acaba de disolver un cuerpo en ácido sulfúrico. Es el final del primer episodio de la cuarta temporada de Breaking Bad, que salió al aire el 17 de Julio pasado. El título es directo: «Box Cutter», y hace referencia a esa cuchilla filosa con la que se corta la cinta adhesiva de las cajas, entre muchas otras cosas.

Con el desafío que implica un cierre de temporada tan arriba como el de la tercera, el arranque está construido hábilmente a partir de pequeñas historias sobre el infierno en que se convirtió la vida de los que rodean a  Walter White (Bryan Cranston, ahora, como pasó con Michael C. Hall y Dexter, productor de la serie que protagoniza), que giran alrededor de una central: la de Jesse y White metidos en un gran, gran problema.

Por un lado, la incertidumbre de su mujer, que lo busca desesperadamente y sabe que pasó algo malo porque el auto de White (A.k.a. Heisenberg) está estacionado afuera de su casa, y ellos se separaron hace rato, aunque tengan negocios en común. 

El cuñado y un momento fuerte, cuando la mujer trata de ser dulce y optimista con él (que está paralítico), y termina acomodándole la chata para que haga sus necesidades.   

Saul Goodman, el abogado, revisa en cuatro patas todos los rincones de la oficina en busca de micrófonos escondidos, habla desde teléfonos públicos, y el brote de paranoia parece imparable.

En la «cocina», ese inmenso y lujoso laboratorio, White y Jesse esperan a que llegue Gus, uno de los mejores personajes de la serie, el protagonista indiscutido de este comienzo de temporada. El guión de esa escena es un microrrelato perfecto, hace valer el episodio entero. Serán cinco, seis minutos en total, o pocos más. Cuando entra, además de cambiarse la ropa por el traje aislante, Gus saca de alguna parte el cuter. A partir de ahí la cámara sigue sus movimientos, mientras White intenta convencerlo con argumentos que el otro no escucha. Porque Gus es un tipo de pocas palabras, bien práctico: prefiere los hechos, puros y duros; como tiene que ser la metanfetamina de buena calidad.

No es fácil sostener una trama tan al límite, teniendo en cuenta que todos los espectadores saben algo de antemano: White no va a morir. Ni de cáncer ni envuelto en alguna vendetta de narcos, porque eso sería el final de la serie. El crecimiento y las muchas transformaciones de su personaje lograron que Breaking Bad esté hoy donde está. El riesgo es que se desgaste, porque puede no resultar creíble que sobreviva a tanto sicario dando vueltas en el desierto de Alburquerque, o a las conspiraciones de sus propios socios. Veremos cómo sigue.

Woody

5 Ago

 

Lo increíble es que siga haciendo películas como si no existieran Ricky Gervais, Steve Carell y la factoría Apatow, Louie C.K., los Farrelly, Tina Fey, Parks & Recreation, Ben Stiller, por poner algunos nombres. Es cierto que intentó darle velocidad a su comedia con Larry David en Whatever Works (Nueva York, 2009) . Sí, David habla más rapido que Allen. La pregunta desde hace diez años es hasta cuándo va a poder sacarle jugo a los chistes sobre Dios, hipocondría y un salteado de la cultura general del burgués promedio.  

Se sabe: la nueva veta de Woody Allen (¿desde Match Point o antes?) es usar las ciudades como escenografía, con planos y ediciones abiertamente turísticas. Así consigue financiación fácil, y parece ser accesible al momento de negociar condiciones (en Midnight in Paris (Paris, 2011) logró meter a la fuerza, en un personaje menor, a la primera dama, Carla Bruni). You Will Meet a Tall Dark Stranger (2010) está rodada en Londres.

También es sabido que los temas del director son tres: la neurosis, el arte y el amor (en la única forma interesante: cuando fracasa). ¿Hasta cuándo su público fiel bancará otra más de un escritor bloqueado, enamoradizo, o de un judío neoyorquino que tiene miedo a las enfermedades? Con todos esos prejuicios se hace cada vez más difícil verlo. En la semana que pasó, y de casualidad, vi las tres últimas, que voy a abreviar con sus iniciales para empezar a decir algo medianamente novedoso.

WW: David se lava las manos cantando el Feliz cumpleaños como síntoma de obsesivo que cree que así no se le pegan los gérmenes. O el editor se equivocó o Woody no la vio terminada, porque la escena está repetida hasta el cansacio, aun después de que alguien menciona esa manía, como si hubiera que explicar el chiste.

YWM: Naomi Watts tiene el acento británico menos creíble del mundo.  

WW: David habla a cámara. Hace referencias al público, algo que quedó bastante anacrónico, sobre todo porque parece dirigido a cientos sentados en sus butacas, y no a los que compraron el DVD o la bajaron.

YWM:  Anthony Hopkins está cansado. Muy. Más allá de su personaje viagrero, es como si no tuviera la fuerza suficiente para una comedia. Su viejito verde no causa. 

WW: El final es tan innecesario como soso.  La energía dramática y verborrágica del creador de Curb Your Enthusiasm cansa a la mitad de la película, y el personaje femenino de la chica sureña es casi inverosímil.

YWM: De las historias paralelas, la única que tiene consistencia es la de Josh Brolin. La madre de Watts va a ver a una vidente. Watts se enamora de Antonio Banderas. ¿Y? Nada.

Con MIP pasa algo distinto. Es como si el guión no fuera el refrito de algún archivo de Word que Allen tenía en su computadora (de hecho, WW la escribió en los 70´s). Desaparece el protagonista neurótico clásico (aunque es un escritor aparentemente improductivo). Los que representan a algún artista famoso están muy bien. La acción tiene más vuelo que la de la comedia de enredos. A pesar de que esté vestido como él (todos los sacos le quedan enormes) y a veces balbuceé como él y mencione a la Novocaína, Owen Wilson no hace de Woody Allen. Todas las mujeres son hermosas, incluso (o en especial) la desconocida de los discos. Además, Paris. Una postal tras otra. Quizás algunos personajes estén demasiado estereotipados al servicio de la comedia, y la mujer de Wilson cruce el límite de lo humanamente tolerable. Pero a partir del buen uso de una idea trillada, la película acierta cada vez que Wilson descubre una celebridad nueva, cada vez que se complican un poco más las cosas y crece su ansiedad, y en el pasaje del conflicto central a otro supuestamente frívolo, chiquito, que es, por supuesto, el amor.