Tras el batacazo de Drive, película que proponía una historia violenta con gran despliegue visual, un guión ajustado y Ryan Gosling, su director, el danés Nicolas Winding Refn, sigue en la misma línea estética, y con el mismo actor fetiche, en una nueva que se llama Only God Forgives y que, si bien no es estrictamente secuela de la anterior, no sería raro que formara parte de una trilogía temática en distintas partes del mundo, porque para ésta fueron a filmar a la capital de Tailandia, Bangkok.
Después de verla tenemos la sensación de que entre una y otra pasó algo en el medio. Refn se engolosinó con algunos aspectos de su narrativa (al menos, a diferencia de muchos otros, tiene un plan detrás de lo que hace, y por eso es una de las películas que hay que ver este año), subió la apuesta corriendo el riesgo de que, como posiblemente ocurra, en la comparación con Drive, Only God Forgives siempre pierda. Salvo que haya apuntado a quedarse con un puñado de incondicionales (Ryan Gosling dijo que la película es como una droga, puede pegarte bien o mal). Yo también sospecho de una mano no tan negra (aparece en los créditos), pero no nos adelantemos.
Only God Forgives es un thriller con un montón de elementos del cine que nos gusta ver: el deadpan de los yacuzas de Kitano, una venganza que no se para con nada igual a las de Chan Woo Park, la fotografía del Won Kar Wai de 2046, musicales entre bolas chinas rojas como haría el mejor Lynch, muchas sangre y mucha violencia coreografiada al estilo Kill Bill, mujeres hermosas. Uno piensa que con todos estos ingredientes juntos una película no puede fallar, excepto que estén mal dosificados o al servicio de una historia floja. No pareciera ser del todo ni un caso ni el otro.
Julian (Ryan Gosling en el personaje que hace de memoria, el de Drive y The Place Beyond the Pines) tiene un gimnasio donde enseña muay thai y además, junto con su hermano, o porque su hermano está en ésa, es traficante de drogas. A su hermano lo mata un policía retirado que también es un pésimo cantante y un samurái con katana. Crystal, la madre de Julian (Kristin Scott Thomas, la del paciente inglés, una actriz bellísima que no tuvo toda la suerte que se merece), viaja con varios objetivos: buscar el cuerpo de su hijo mayor, resolver el asunto de la venganza y de paso cuidar el negocio familiar de venta de heroína y cocaína. Es una mujer joven, ambiciosa, y todo indica que mantenía una relación incestuosa con su hijo muerto. El encuentro con Julian es áspero y retorcido pese a que, como en Drive, hay muy pocos diálogos.
El resto es un regodeo estético con edición enrarecida, bailarinas y fisicoculturistas, cabarets de salones espejados y mucho neón, planos impecables y canciones en tailandés casi como separadores. En algún momento empieza a dar la impresión de que no sólo las peleas están coreografiadas al milímetro, sino todo lo demás: la forma en la que hablan los actores, cómo caminan y se visten, cómo miran y hasta cómo se alejan. Parecen los ciborgs de la parte futurista de 2046, pero esta historia no transcurre en el futuro. En Drive (las comparaciones son inevitables) el vengador que hacía Gosling tenía un costado humano, se enamoraba de la joven Carey Mulligan, y los mafiosos, desde el genial Albert Brooks hasta el siempre carismático Bryan Cranston, en cada aparición mejoraban la película, algo que no pasa en Only God Forgives, donde se nota mucho más que ni los actores ni la historia son demasiado importantes. Refn busca, y en la mayoría de los casos encuentra, encuadres perfectos, recargados de colores y texturas en los que se desarrolla la acción de una manera un tanto mecánica, como cuando la belleza helada de Scott Thomas despotrica contra su hijo menor, que acaba de presentarle a la novia, una prostituta tailandesa tan inexpresiva y contenida como el resto del elenco. Las peleas, afuera y adentro de la familia, los cruces entre personajes, se resuelven en escenas pensadas al detalle, con una frialdad que por momentos roza lo absurdo, como si lo que importara en realidad fuera la idea –el plan de Refn o del dios del título- que las empuja. “Es hora de conocer al diablo”, le dice en un momento el hermano mayor a Julian. Algo así, ya lo adelantábamos antes, puede haberle ocurrido al director entre una película y otra, lo que explicaría las oscuridades, abusos y excesos de esta última. Difícil escaparle a esa influencia. No por nada la dedicatoria del final: “para Alejandro Jodorowsky”.